viernes, 15 de enero de 2010

La Cabalgata y el temporal

Este año el mal tiempo nos ha azotado durante las Navidades. Llegando el día señalado, el 5 de Enero, la situación era todavía de cierto riesgo. Mirando al cielo sólo veías una espesa capa de nubes grises que se extendía hasta el horizonte, hacia todos los puntos cardinales. Hacía viento y llovió algo por la mañana. El suelo estaba mojado. Pensamos que este año los Reyes preferirían quedarse alrededor de una mesa camilla, con el brasero encendido, tomando copitas de anís dulce y relatando anécdotas sucedidas en sus muchos años de trabajo, antes que arriesgarse en una Cabalgata fría, húmeda y venteada. Que al fin y al cabo sus Majestades tienen ya una edad como para cuidarse.

Sin embargo, a eso de las seis, escuchamos tambores y cornetas allí en la lejanía. Mi mujer, que había ido a la tienda a comprar viandas, llegó corriendo avisando de que sí, que los Reyes se habían atrevido a montarse en sus carrozas, habían arrengado a pajes, damas y resto de los servidores reales y se habían echado a la calle con una osadía admirable y una temeridad digna del mayor de los respetos.

Nos vestimos y nos calzamos todo lo rápido que pudimos y nos fuimos derechos a la calle principal, por donde resonaban los sones de la banda. Llegamos y nos dio tiempo de ver a dos de los Reyes, uno de ellos el afamado Baltasar.

Fue una cabalgata fugaz. Cierto es que arrojaron caramelos a la multitud, pero no hubo peleas por conseguir unos dulces mojados al caer a tierra. Había una sensación extraña de sorpresa, incredulidad y escepticismo tanto entre el público congregado como, me pareció a mi, entre los participantes del desfile. Todo muy deprisa, un tanto asustados ante las inclemencias y la amenaza de las nubes. Mi hija, la verdad, no dijo nada, pero lo entendí todo. Seria, callada, cabizbaja, desilusionada sin querer admitirlo. Nos volvimos a casa, encendimos la tele y pusimos la retransmisión de otra Cabalgata en una gran ciudad. No salían caramelos ni peluches del televisor pero, al menos, pudimos cumplir con cierta dignidad el ritual de todos los años. Mi hija cambió algo su semblante y se fue a acostar igual que su hermano, con unos nervios y una ansiedad tremendos, esperando que la pequeña decepción de la Cabalgata no alcanzara a la mañana siguiente, cuando se supone que aparecen regalos bajo el Árbol de Navidad para los niños y niñas que se han portado bien a lo largo del año, cortesía de los Magos de Oriente.

Afortunadamente, y a pesar de la crisis, al día siguiente, a las siete y media de la mañana, no hubo ninguna decepción y sí más de una sorpresa agradable e inesperada.