martes, 27 de noviembre de 2007

"Mira quien se queja"...

Pues sí, mal deben de andarle las cosas a la empresa de Richmond, la del tío Bill, cuando hasta aquí se empiezan a hacer chistes tan buenos como el que sigue, a su costa.





Impagable...Humor por y para frikis...

jueves, 22 de noviembre de 2007

Impresiones docentes

No sé si lo he dicho antes, aunque la verdad es que tampoco creo que haya venido a cuento de ningún artículo.
Soy profesor.
De Ciencias.
No hace falta saber más. Esa faceta creo que no me define por completo, o lo debería hacer sólo lo justo en el sentido de encuadrarme en un grupo profesional como otro cualquiera. Con sus tópicos más o menos acertados y sus leyendas urbanas más o menos falsas.

El colectivo al que pertenezco tiene una merecida fama de sufrido (pienso que, a veces, también, pecamos un tanto de victimistas). Debe ser por imaginarse en meterse solo en una jaula con veinte leones sin amaestrar sin más arma que una tiza y no morir en el intento ni sufrir heridas excesivamente graves, en sucesivas sesiones de una hora durante una jornada normal.
Un trabajo un poco de locos auqnue hay quien le ve sus compensaciones...
Efectivamente:
la primera, muy importante, es que te pagan todos los meses y
la segunda, la que todos los que están leyendo esto han imaginado desde el momento que escribí la palabra profesor, es su tiempo libre (un compañero, más fino él, cuando le preguntan que por qué está en el gremio responde que por tres razones, y luego añade: Junio, Julio y Agosto. El chiste es antiguo, porque ahora sólo nos quedan sólo dos de estas razones).
Pero bueno, no quería yo hablar de eso ahora.

El caso que les vengo a presentar, verídico, me ha sucedido hoy mismo, viene a cuento de eso que ahora se llaman actividades extraescolares y que antes, menos pomposamente, se llamaban excursiones. Sacar los niños al campo para que les dé un poco el aire y, de paso, que algunos aprendan que no es lo mismo una encina que un alcornoque, aunque los dos den bellotas.
Hoy los he sacado al campo (nos ha llovido por cierto). La cosa no es tan sufrida como antaño, en que toda la actividad recaía en los lomos del profesor, que sustituía una jornada en el instituto por una jornada en el monte. Es decir, que le tocaba a él pensar la ruta, saberse qué se iba a ver en cada momento, y estar hablando todo el viaje como si en vez de un bosque mediterráneo tuviese la pizarra de siempre a la espalda. Hoy, al menos yo siempre que puedo lo hago, descargamos esa función sobre el terreno a monitores del lugar, conocedores de aquellas cosas que son pecualiares, interesantes, propias y únicas del sitio donde vamos a pasar el día. Y son buenos profesionales que conocen su oficio como ninguno.
Por eso, hoy, he descansado (si descansar es meterse entre pecho y espalda, de forma altruista, doce horas seguidas de trabajo) y me he puesto a mirar los toros desde la barrera. Lo primero que me ha llamado la atención es que algunos chavales hacían el mismito caso a estos monitores que me hacen a mi, es decir, ninguno. Eso me quita un peso de encima, lo reconozco, pero también me da que pensar
¿Será que a esas edades, 14-16 años, la mente de algunos no está preparada para recibir la información del mismo modo que yo? ¿por qué no es posible captar su atención, y su silencio, más allá de treinta segundos?¿por qué a esa edad, inevitablemente, a todos se les ocurren los mismos manidos chistes malos y gracias sin gracia?
Es un misterio. Me parece que no es un asunto de malas intenciones, estoy seguro que más de un engendro de estos habrá disfrutado, de verdad, de la excursión y que incluso habrá aprendido algo, alguna cosa, que antes desconocía. Estoy seguro. Entonces... ¿por qué siguen sin dejar acabar un discurso?¿sin apostillar algo a cada frase?
No sé.
A veces me pregunto si yo también fui un adolescente tan insufrible para mis docentes. Me pongo a rememorar, hago un ejercicio para ponerme en su lugar y ver si yo hubiera sido capaz de manifestar esos síntomas de mala educación o falta de ella, de no saber estar a la altura en ciertos momentos. Verdaderamente, creo que no lo hubiera hecho a ese nivel.
¿qué es lo que falla?
Quizá también es la percepción. Los casos que comento, si me paro a pensar, no son generalizables, aunque sí muy llamativos. De las treinta fieras que soltamos hoy en el monte, puede que no hubiese más de cinco tan impertinentes, el resto ha sido bastante más comedido y equilibrado.
.... en fin .....
Por cierto, hemos estado en el Aljibe, en Alcalá de los Gazules.
Visita que recomiendo.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Una de barcos

La pasada semana me acerqué a la ciudad de Málaga. Allí todavía hacía verano y al llegar tuve que olvidarme del forro polar y quedarme en camiseta porque no es que hiciera calor, pero fresco, precisamente, tampoco. Un día luminoso y despejado, de esos días que le entra a uno la ansiedad de poder vivir cerca del mar y contemplar un horizonte sin límites. Creo que la gente que vive entre montañas, como es mi caso, sienten, siento, una nostalgia de esos espacios infinitos y esos días luminosos a la vera del mar.

Subimos hacia Gibralfaro y desde allí contemplamos el puerto, la ciudad, el horizonte azul y blanco. Ya antes de subir, desde abajo, se divisaban los palos y las cuerdas de un navío de vela, de los de antes. A medidad que íbamos subiendo se empezaba a ver un trozo más de puente, un cachito más de la popa, otra más del estribor ese y, por fin, alcanzamos a verlo por completo. Este mismo de aquí:




Desde esa altura era imposible ver el nombre del barco, aunque tenía mi presentimiento. Al llegar a casa, descargué las fotos del viaje en el ordenador y, más o menos como en Blade Runner (como avanza la tecnología) me puse a buscar en la imagen, ampliando, moviéndome de un lado a otro, volviendo a ampliar. Di con lo que buscaba:



No sé si se bien del todo. Creo que sí, que con un poco de esfuerzo (y buena voluntad) puede verse bien esto: Santísima Trinidad. Bueno, una réplica, porque el de verdad se hundió después de lo de Trafalgar. Fue apresado en la batalla, después de un combate feroz contra enemigos que le superaban en número. Sin embargo, los daños que recibió en el combate eran tantos y tan graves que acabó yéndose a pique a los pocos días, a pesar de los esfuerzos ingleses por conservar tan codiciada presa.
El Santísima Trinidad fue el mayor barco de su época. Un prodigio de ingeniería naval construido en los astilleros de La Habana, empleándose maderas preciosas en su construcción. Medía alrededor de 62 metros de eslora ( para entendernos, de largo) por 16 m de manga ( de ancho). El Escorial de los Mares.

Su réplica, en el puerto de Málaga, convertido en Museo, restaurante, sala de fiestas, donde por un momento, supongo, imagino, será posible evocar la emoción de cuando el mar se surcaba a golpe de viento en las velas. Lástima que no puede quedarme y probar. Queda para otra ocasión.

P.D. El HMS Victory, el buque insignia de la Royal Navy, donde cayó el Almirante Nelson, se conserva como Museo flotante en Porstmouth.
Arturo Pérez Reverte describe de forma pormenorizada y con alarde de documentación como fue aquella dura jornada en Cabo de Trafalgar.
En este enlace he encontrado más información sobre el barco, incluyendo planos del mismo escaneados de los originales (bajo permiso) del Museo Naval, y las instrucciones para intentar construir una maqueta fidedigna del navío.