viernes, 28 de noviembre de 2008

Terminología

Silver Sulfers:
"Personas habitualmente por encima de los cincuenta que empiezan a utilizar activamente la red con el fin de mantenerse informados y comunicados" (Enrique Dans)





N.I.N.J.A:
"no income, no job, no assets: sin ingresos fijos, sin empleo fijo, sin propiedades", según Leopoldo Abadía.
Lo explica él mismo, auxiliado por Buenafuente, en este divertido, a la par que didáctico ( y estremecedor si se toman sus palabras en serio), vídeo:



old man



domingo, 23 de noviembre de 2008

Frases célebres (n)

"No soy un blogger, ni vosotros unos blogueros; somos merodeadores, jinetes solitarios, cazadores furtivos, socios del inexistente y selecto club de los que no pertenecen a ningún club. Y esto no es un blog, sino un punto de encuentro, una tranquila taberna a las afueras de Babilonia, un alto en el camino. Un blog no es nada, sólo un soporte, una pantalla en blanco. Lo único real es lo que entre todos creamos en esa pantalla."

César Mallorquí, en La Fraternidad de Babel.

martes, 11 de noviembre de 2008

Días raros (II)

Iba diciendo que nos montamos en el coche con un par de bocadillos y nos subimos a la Sierra a una hora que cualquier amateur de la montaña consideraría, en primera instancia y no sin cierta razón, poco menos que obscena. Después de la jornada decidí que allá cada cual con sus prejuicios horarios.

El discurrir por la carretera me hizo descubrir nuevas casas y mansiones señoriales donde antes no había más que virginales eriales de roca caliza. Además de nuevas ventas y antiguas nuevas ventas remodeladas al supuestamente estilo rústico de la zona a ambos lados de la ruta.

Llegamos al carril y descubrimos grupos de atareados buscadores de setas, con sus preceptivos canastos de mimbre. Seguimos subiendo hasta llegar al aparcamiento de la zona recreativa. Nos bajamos y comenzamos a andar. Cuando uno se asoma al campo muy de tarde en tarde pero reincide en ir a los mismos sitios (unas veces por comodidad otras por sincero afecto) nota como se van produciendo en él cambios. Unas veces bruscos (esas nuevas mansiones, esas nuevas ventas a la vera de la carretera que antes mencionaba) y otras veces aparentemente imperceptibles. Visitando un mismo lugar en distintos momentos a veces nos damos cuenta que el paisaje ha cambiado sútilmente por el mero hecho que los seres vivos que allí medran resulta que no se están quietos y que ellos también crecen o también mueren. Es reconfortante descubrir cómo aquella mata de encina, pinsapo o quejigo en que nos fijamos hará un par de años porque estaba justo en un cruce de caminos, y por eso nos acordamos, ahora se ha convertido en un arbolillo que puede superar nuestra altura. Particularmente a mi me da una cierta dosis de esperanza en el futuro y me sirve para agarrarme a la convicción de que muchas de las heridas de esta Tierra lo único que necesitan para cicatrizar debidamente es, simplemente, tiempo y que las dejen tranquilas. Nada más.


Caminamos y mis hijos pudieron fijarse en árboles portentosos, bosquecillos umbríos, y misteriosos, prados verdaderamente encantadores, cumbres peladas a lo lejos, árboles centenarios derribados por el paso del tiempo, minúsculas plántulas de esos mismos árboles.


Escucharon el graznido de la chova y del arrendajo. Caminaron entre el barro de algunos arroyuelos y la hierba que en esta época tiene un tono esmeralda único.



Yo había estado por aquí hace cosa de un año, acompañando a unos amigos que hacía poco me habían reencontrado. Resultó curioso que fueran ellos, los de fuera, los que me indicaran unos caminos y unas sendas que yo ya había olvidado.

A eso de las cuatro dimos la vuelta y no avanzamos más por aquello de que estamos ya casi en invierno, anochece antes y no era plan de volver a oscuras al coche y menos con niños.
Llegando ya a la zona recreativa me fijé en una figura, una pose, que me resultaba familiar. Preguntándome si era o no era el que yo pensaba, nos fuimos acercando y, efectivamente, allí estaba. Mira que el campo es grande y me vengo a encontrar, en este día, a esta hora, en este sitio con el mismo colega que hace un año me rescataba del olvido y me recordaba esas sendas y caminos que yo, hoy mismo, repetía, en menor escala, en forma de paseo iniciático familiar...

Un día extraño que comenzaba con la Electrónica Avanzada en el Hogar, continuaba con unos zapatos y un bizcocho casero, seguía con una excursión improvisada y terminaba en un encuentro inesperado...

sábado, 8 de noviembre de 2008

Días extraños (I)

Hay días raros. No sabe uno por qué ni a santo de qué pero ocurre. Dicen que no existen las coincidencias y si seguimos esa tesis el que te salga un día extraño cada cierto tiempo no será por otra cosa que porque tú lo has ido preparando de antemano, has ido creando las condiciones, una tras otra, para que, llegado el momento, una pequeña chispa inofensiva desencadene una serie de acciones y reacciones abrumadoras sin una causa lógica aparente. Hoy mismo sin ir más lejos.

Cuando me desperté esta mañana no se me ocurrió pensar en que este fuera un sábado fuera de lo normal. Un sábado sin lluvia, despejado, que invitaba a trabajar fuera si hubiera tenido la más mínima gana de hacer algo fuera. Mientras desayunaba, mi mujer deshojaba en mi oído la margarita de si íbamos a ir a ver a mi suegra o bien nos acercábamos en un arrebato consumista al Ikea más cercano. Como la cosa estaba indecisa me puse con la E.A.H. (Electrónica Avanzada del Hogar) : probar la nueva tele plana y menear los cables y enchufes de los diversos deuvedeses y vídeos uvehache que nos hacen la vida más soportable. Hice lo que pude. Más de lo que pude teniendo en cuenta que a mi alrededor revoloteaban dos tiernos infantes deseosos de conocer los misterios de la E.A.H. . Visto con cierta distancia la verdad es que fue una pequeña locura desmontar el vídeo uvehacheese con mi primogénito de testigo. Y más conociendo lo largo que son sus dedos para señalar, tocar y aproximarse a donde no se debe.

A todo esto, mi mujer todavía no se acababa de decidir entre mi suegra y el Ikea, así que, adelantándome a los acontecimientos le espeté que yo me iba a comprar unos zapatos enseguida porque los náuticos se me estaban cayendo a pedazos. Antes de salir me aconsejó que no mirara en gastos, que siempre es mejor gastarse un poquito más en algo para que dure más y que además sea más cómodo y más si me los iba a poner a diario. Me fui a la zapatería del pueblo y la encontré,cosa rara, solitaria. Dudé entre los clásicos náuticos de 35 euros o unas botas que me protegerían hasta el tobillo. Encontre también unos zapatos que nada más verlos y nada más probármelos supe que estaban esperando unos pies como los míos. A veces me pasa, sobre todo con zapatos o botas, que es ver y probar y saber, sin duda de ningún tipo, con una certeza tan absoluta que me deja asombrado hasta a mi, que he acertado. Setenta y cinco eurazos pero me quedaban como un guante y después del consejo de mi consorte en la puerta de la casa no había vuelta atrás. Los compré. Y las botas también. Es lo bonito de pagar con tarjeta, que ni te enteras.

Salí de la zapatería como un hombre nuevo, me acerqué a la panadería para llevarme un par de baguetes y recoger un bizcocho casero encargado porque sólo los hacen los fines de semana ( en mi casa no llegan a ver la mañana del lunes) y volví al hogar. Eran ya más de las doce. Me esperaba una propuesta inesperada y sorprendente: ni Ikea ni suegra, hoy tocaba liarse la manta a la cabeza y subirse a la Sierra. El día era bueno, la semana pasada vimos que había nevado algo allá arriba y caímos en que estos niños todavía no conocían de cerca ningún pinsapo. Nos prometimos que los subiríamos pronto, antes de que lleguen los fríos gordos. Así que cuando me hicieron esta propuesta, a una hora tan indecorosa para un excursionista curtido, no supe qué decir. Busqué mis botas de campo y esperé flemático a que se arreglaran todos y que alguno de esos todos dejara ya de jugar con la Nintendo DS.

Cerca ya de la una nos montábamos en el coche...