miércoles, 7 de enero de 2009

Los Magos de Oriente del 2009

Continuando una pequeña tradición comenzada en este blog años atrás (como pasa el tiempo: Día de Reyes ,...y ha pasado un añito más, La Cabalgata de este año) paso a relatarles las tribulaciones que esta vez nos ha tocado sortear para llevar a buen término los consabidos ritos del Día de los Reyes Magos.

Para empezar comentarles que eso de la Crisis es un concepto un tanto relativo. En determinados asuntos la cruel crisis parece no existir:

Siempre se agotan algunos de los juguetes de la lista que sus hijos han mandado por correo a Sus Majestades de Oriente.
Es un fenomeno paranormal comprobado año tras año que convendría estudiar detenidamente.
Ahora que recuerdo, hay otro fenómeno extraordinario asociado a estos eventos que suele reventar los planes de los progenitores:
a última hora siempre hay un último cambio en la lista de la Carta, un último deseo que no hemos podido reprimir a tiempo y que supone el penoso peregrinaje y búsqueda en aquellas tiendas y establecimientos que surten de carga a los camellos de los Magos.

Siempre hay algo que falta.


Este año ha sido un complejo kit de Lego, inencontrable en los alrededores.
Afortunadamente la tecnología avanza que es una barbaridad y ya tenemos la Interné para echarnos un cable.
Aunque, eso sí, todo tiene un precio.
Miramos en un par de tiendas on line y algunas no tenían la referencia que buscábamos, otras sí la tenían pero a un precio ligeramente exorbitante (sin contar gastos de envío) y otras la tenían el día que miramos y al siguiente ya estaba agotada.
Por fin dimos con una que sí tenían existencias, a un precio, digamos, razonable y sin pensarlo dos veces rellenamos el formulario y optamos por la opción más económica para el envío (la otra dicen que era rápida pero también notablemente más cara).
Lo que no mencionaban es que, con ser la más económica, también es la que puede conllevar un mayor peligro de infarto para los que esperamos un juguete pedido a destiempo y con días de fiesta de por medio. Un trayecto de unos 600 km se ha llevó casi dos semanas de transporte. Efectivamente, a lomos de camello, a la vieja usanza, hubiera llegado antes.
El día 5 de enero, a eso de las once de la mañana, nos avisaron que el paquete ya estaba aquí. Fui raudo y veloz a recogerlo (no hará falta explicar que la entrega no podía ser en el propio domicilio por el tema del secretismo de estas cosas para los habitantes más menudos de este hogar: las sospechas hubieran sido excesivas hasta para ellos, que se lo creen todo) y volví a casa.
Introducir el paquete de incógnito fue una acción cronometrada al milisegundo con mi esposa, que realizaba operaciones de distracción mientras yo me escabullía sigilosamente camino del armario del dormitorio, en cuyo estante superior se supone que no hurga ni revuelve nadie superior al metro sesenta de estatura.
Quedaba para por la noche el ratito de fixo y papel de regalo, en estricto silencio y con los oídos alertas...

Por la tarde, como siempre, cumplimos el ritual de la Cabalgata.
Hubo problemas para aparcar, como suele suceder en estos casos.
Esperamos de pie cerca de tres cuartos de hora a que apareciese alguien, apostados en un lugar que consideramos estratégico para nuestros fines:
buena visibilidad, espacio para moverse, cercanía a la mitad de la calle para no perder detalle, justo al lado de unos contenedores de papel reciclado que cubrían nuestra retaguardia.
Llegaron las carrozas, llegaron los Reyes, se lanzaron caramelos y minipeluches y, tal como llegaron, se fueron.
La impresión de este año, no sé si será lo mismo en otras partes, es que ha sido una Cabalgata algo pobretona.
Algunas carrozas, a nuestra altura (que no supondría ni la mitad del recorrido oficial) ya no tenían caramelos para repartir. Lo que sí tenían eran diminutos papelillos de colores que arrojan sin cesar, pero caramelos, ni uno.
Los Reyes sí venían más aprovisionados, con caramelos de mil colores de sabores indeterminados y simpáticos minipeluches por los cuales padres, madres, abuelos, abuelas y demás allegados, aún los más pacíficos, luchaban cual gladiares en pos del esquivo minipeluche.
Hemos visto Cabalgatas mejores, con más carrozas, y más caramelos.
No obstante lo cual, tampoco podemos quejarnos. Conseguimos un minipeluche cada uno y dos medias bolsas de caramelos, que por cierto, al final nadie se los come porque tampoco es que sean para paladares de gourmet. Son del montón tirando hacia abajo. Normalmente la dichosa bolsa de caramelos que tanto trabajo ha costado conseguir no se toca hasta el año siguiente cuando alguien se decide, por fin, a tirarla, cuando es imposible separar el papel del caramelo.

Actualización 16/01/09:
inserción imágenes y retoque de errores tipográficos (mis dedos no se acostumbrarán jamás al teclado...y mira que lo intento)