domingo, 8 de abril de 2007

Un poquito de Semana Santa, por favor....

No es que uno esté loco por ver Cofradías y Procesiones pero pasarse una Semana Santa sin ver ni un solo nazareno la verdad es que resulta extraño.
No sé si se debe a una especie de ansia oculta en los genes o grabada en el subsconciente desde la infancia o qué será, pero es que una Semana Santa sin oler incienso, sin la luz de los cirios, sin los capirotes de los nazarenos, no es una Semana Santa como es debido.
Sobre todo si te quedas en el pueblo y escuchas las bandas, allá a lo lejos y te preguntas si con este tiempo se atreverán a salir o no. La verdad es que no, que al menos en mi pueblo, las Procesiones de renombre, las del Jueves y el Viernes Santo, se fueron descolgando una detrás de otra. A eso del mediodía empezaba el cielo a nublarse, a ponerse oscuro, oscuro, empezaba a caer una agua ligerita y luego arreciaba toda la noche.
Al menos, eso sí, la cosa fue igualitaria, porque en este pueblo la mitad son de una Hermandad y la otra mitad de la otra y fastidiar sólo a una hubiera sido un enorme desagravio para la otra.
Hoy mismo parecía que ya estaba todo consumado y que no había nada que hacer, que este año nos íbamos a quedar sin nuestra ración cofrade.
Sin embargo, la tarde no ha sido tan mala. No ha llovido y la última cofradía se ha arriesgado a salir.
Creo que pocas veces un Santo Entierro ha tenido más concurrencia. Porque si yo tenía un algo de ansiedad, los demás no eran menos. Unos han aprovechado para, por fin, poder vestirse de nazareno, coger el cirio, la cruz de guía, los varales o ponerse debajo del trono. Otros, los más, para,por fin, tomar la calle, una calle sin coches, con sonido de bandas, tambores y cornetas, poder respirar un poquito de incienso y de cera, y lucir, cada uno, sus mejores galas.
Lo cierto es que al final no salimos mal parados. Vimos, por encima de las cabezas de la bulla, los capirotes y la llama de los cirios, allá, a lo lejos, la urna de cristal con el Cristo yacente. A la vuelta de una esquina llegamos a escuchar una saeta cantada con mucho arte. Al dar la vuelta para regresar nos hemos vuelto a encontrar a la misma procesión, que en una calle iba por la cola y en la otra de al lado por el principio. Es que es una procesión cortita y tampoco hace un recorrido maratoniano como otras.
Le he podido contar a mi niño qué es una cruz de guía y un varal. Lo de explicar por qué hay que cantar saetas no me quedó tan bien. Yo dije que por tradición y claro, el me volvió a preguntar qué es una tradición, y ahí ya tuve que hacer un requiebro y decirle que estuviera en silencio, que las saetas se escuchan en silencio.

Por último, hemos deambulado por calles vacías de vehículos. Incluso hemos hecho amago de entrar en bares atestados.

Ya digo, hemos pillado un cachito de Semana Santa. Lo justito para aguantar hasta el año que viene que si nos descuidamos sólo huelo de Semana Santa lo que cuenta Carmelo.


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