Es curioso como se le ocurren a uno un montón de cosas sobre las que podría hablar, allá tumbado en la arena y que cuando llega el momento de pasarlas al ordenador, se esfuman, desaparecen y nadie sabe adonde habrán ido a parar tantos pensamientos. Quizás se quedaron allí, meciéndose en las olas y no los volveré a encontrar hasta que vuelva y los reclame como míos. Quien sabe donde pasan las vacaciones las ideas y los pensamientos y si sus vacaciones son más largas que las nuestras.
En fin.
Como vivimos en la montaña y para que los niños no pasen por ignorantes que han visto poco el mar, tocó playa.
En fin.
Como vivimos en la montaña y para que los niños no pasen por ignorantes que han visto poco el mar, tocó playa.
Ni que decir tiene que fue una decisión acertada. Los niños ven un montón de arena y se vuelven locos y se pasan las horas muertas ( o vivas) haciendo caminos, agujeros, montañas... Si además de una enorme provisión de arena tienen agua cerca, el disfrute se hace mayor. Si ese agua se mueve, les persigue, los tumba ( y a veces los medio ahoga), les explota en mil pequeñas gotitas de espuma...entonces la sensación es de pleno, plenísimo goce.
Podrían haberse pasado horas y horas y horas y días enteros entre las olas y la arena, la arena y las olas. Ni el viento, ni el frío, ni el sol...nada puede detenerlos en esas circunstancias. Infatigables.
Otra cantar nos diría el sufrido padre, con los tobillos remojados en la orilla, la carne casi de gallina, vigilante de sus idas, sus venidas y sus aventuradas arremetidas contra el agua.
Y eso de arrancarlos del agua para volver al hotel, o tener que meterlos en el coche para hacer una pequeña excursión, y tener que aguantar esas frases que de tan clásicas están ya casi gastadas (porque nos tocó a nosotros decirlas antes, hará más de treinta años...) :
Podrían haberse pasado horas y horas y horas y días enteros entre las olas y la arena, la arena y las olas. Ni el viento, ni el frío, ni el sol...nada puede detenerlos en esas circunstancias. Infatigables.
Otra cantar nos diría el sufrido padre, con los tobillos remojados en la orilla, la carne casi de gallina, vigilante de sus idas, sus venidas y sus aventuradas arremetidas contra el agua.
Y eso de arrancarlos del agua para volver al hotel, o tener que meterlos en el coche para hacer una pequeña excursión, y tener que aguantar esas frases que de tan clásicas están ya casi gastadas (porque nos tocó a nosotros decirlas antes, hará más de treinta años...) :
cuando llegaremos,
yo quiero volver al hotel,
quiero ir a la playa,
pon música, ...esa no, música de verdad
adelanta a ese...
Memorables momentos.
Con esto de la revolución digital, ya no hay que esperar una semana a que te revelen el carrete y puedas ver las fotos. De inmediato puedes ver las imágenes. Y si no te gustan las borras. Así, a lo tonto, han caído 112 instantáneas. Después habrá que ver cuáles son merecedoras de impresión en papel. De momento, y en primicia mundial, unas pocas hoy, mañana o pasado más.
La última ocurrió el sábado por la tarde, nuestro último día de playa.
Quien iba a imaginar que a este hombre se le ocurriría llevar el caballo a bañarse al mar.
Tan ricamente.
Mira que la playa era grande y hermosa, pues nada, que se bañaron los dos, caballo y caballista, justo enfrente nuestro.
Mira que la playa era grande y hermosa, pues nada, que se bañaron los dos, caballo y caballista, justo enfrente nuestro.
3 comentarios:
Ah... las cámaras digitales y su la impunidad que nos dan a la hora de tirar cientos de fotos.
Uno ya no parece recordar aquellos tiempos en que contabilizaba, preocupado, cuantas instantáneas quedaban en el carrete, no sea que se te acabasen y se escapase algo que realmente mereciese la pena.
Y creo que entre las frases memorables se te olvidan otras dos:
- jo, me aburrooooo...
- ¿paramos?.
Dos clásicos entre los clásicos.
Cierto.
Es imperdonable como he podido olvidarme de estas frases que han resonado tan a menudo,ultimamente, en mi cerebro.
Me da que esta playa es de la parte de Cadiz. Ay, que envidia me esta dando!
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