Este año, como no podía ser menos, cumplimos el ritual y nos acercamos a ver la Cabalgata. Escarmentados de otras veces (Día de Reyes), salimos de prisa y corriendo para coger sitio desde donde contemplar, en primera línea de combate, el paso de la Comitiva Real. Eso sí, teniendo sólo una idea más bien vaga de a qué hora podría salir y por dónde, más o menos, debía de pasar.
Después de llegar, tener suerte para aparcar el coche en un lugar estratégico (eludiendo así el trámite del párking de pago) y andar un rato hasta ver un sitio que nos parecía prometedor, nos quedaba algo no previsto: atrincherarse y esperar.
Un inciso: esperar no significa lo mismo para un adulto que para un niño, ni para un adulto sin responsabilidades paternales que para otro que sí las tiene. Para un adulto, esperar significa esperar. Para un niño, esperar significa una extraña condena, un aburrimiento y por ende, buen momento para experimentar con la paciencia de los padres. Para un adulto con responsabilidades paternales, esperar con sus retoños el paso de los Reyes Magos supone estar pendiente todo el rato de lo que hace este pequeño retoño o aquel otro, de si baja o sube el bordillo, de si sale demasiado a la carretera, de atisbar si vienen o no coches todavía por una calle que no se ha acabado de cortar al tráfico, de cortar, por la vía más expeditiva que se le ocurra sin que nadie suelte una lágrima, cualquier conato de agresión, burla o chanza entre hermanos, responder, cada treinta segundos que ya queda poco para que aparezcan las carrozas... esperar, para este adulto con responsabilidades paternales, supone un suplicio.
Pero, al final, la Cabalgata llegó.
Primero una banda, luego unos clowns, luego una carroza con niños, luego muñecos gigantes, la carroza de un Rey, más clowns y carrozas de relleno, el otro Rey, más carrozas de relleno, más muñecos, clowns con zancos, el rey Baltasar (siempre el último) y cerrando, otra banda y alguna carroza más.
De mientras, caramelos a tuti plen, peluches, confetis, algo parecido a nieve artificial...
Estando en primera línea se aprecia más el desfile, es cierto. Los niños pueden acercarse a manosear los muñecos, bailar con gentiles clowns, maravillarse con raros artefactos
y muñecos inflables (esta vez hubo una procesión de dinosaurios espectacular) y poder ver, de cerca, a los afamados Reyes Magos encaramados en sus carrozas.
Eso sí, estar en primera línea tiene sus problemas. Desde el momento en que a un Paje se le ocurre empezar a tirar caramelos, la gente enloquece y realiza proezas de alto riesgo que en su sano juicio dudo mucho que se atreviera ni a pensárselas. Mismamente, al lado nuestro, una señora un poquito mayor, armada con un paraguas de flores, amenazaba constantemente con sacarnos un ojo a alguno, poseída como estaba por el ansia de acaparar caramelos. Fue tanto el delirio de esta buena mujer que arrebató un mísero caramelo de la amenaza de verse aplastado por la rueda de un tráctor. Imagino que el caramelo, al ver el noble gesto, no pudo menos que soltar algunas agradecidas lágrimas azucaradas. A mi me pareció un espanto que por no dejar espachurrar el dulce, la buena señora puso su mano en el trance de ser espachurrada. Y es que, ya digo, cuando uno se ve poseído por la fiebre de llenar una bolsa de auténticos caramelos de los Reyes Magos, deja de mirar si se le viene encima la rueda de un tractor o la carroza entera del Rey Gaspar.
También hay que decir que la nueva moda de tirar pequeños peluches, además de los consabidos caramelos, tiene la doble virtud de no dejar hecha una porquería la calle (que hay que ver cómo se queda justo después del paso de los Magos de Oriente) y de, lo más importante, ser capaz de tonificar y rejuvenecer miembros y reflejos musculares que uno creía entumecidos para siempre. Es asombroso ver como padres presuntamente juiciosos, algo entrados en kilos y en años (vamos, yo mismo), son capaces de saltar atléticamente a la manera del más mañoso y elástico jugador de la NBA para coger un peluche al rebote o, si no hay más remedio, poner un soberbio tapón al padre de al lado (otro que ha recobrado sus bríos de juventud bajo la influencia de los peluches mágicos) con la esperanza de poder cobrar más tarde en el suelo la pieza robada.
Deben ser cosas mágicas de los Reyes Magos, que por eso mismo los llamarán magos, yo aún no acabo de explicarmelo del todo (mi señora esposa, a decir verdad, tampoco se acaba de creer lo que vieron sus ojos...)
En fin, creo que por hoy acabo el relato de lo que fue una alegre jornada familiar que se saldó con el resultado de tres kilos de caramelos y cinco peluches a nuestro favor. Se nota como ya vamos engrasando la máquina en este equipo y cada año escalamos posiciones en este peculiar ránking.
1 comentario:
La cabalgata siempre llega, siempre y hasta los pueblos mas remotos e ignotos de la tierra cristiana, saludos
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