martes, 26 de diciembre de 2006

Until the end of the world

Anda uno un poco perdido y alejado de este blog, lo reconozco. Me imagino que son cosas que pasan y hay temporadas en que apetece escribir en Internet y temporadas en que no se tiene ni la más mínima gana. Eso sin contar con que otros avatares de la vida real releguen, marginen o imposibiliten el disfrute de la vida ciberespácica. Son cosas que pasan y ya está.
Sobre lo último que he estado pensando, viendo y viviendo, me gustaría ser hoy un poco catastrofista.
Publican en un diario de reconocido prestigio, que 2500 científicos no pueden equivocarse y que el planeta se va al carajo. Vamos, eso en lenguaje coloquial. El texto realmente nos dice que 2500 científicos avalan el hecho, de sobras conocido, de que el planeta se está calentando. Y que no es por señalar, pero que resulta que desde un tiempo a esta parte las concentraciones de dióxido de carbono y de metano están por las nubes. Y que no es por señalar, pero que lo mismo la culpa la tienen los coches que andan con gasolina y gasoil, las centrales térmicas que queman carbón, gas o gasoil para producir electricidad, los barcos y aviones que van como locos quemando más queroseno, gasoil o lo que sea... y que no es por señalar, pero que ya está bien y que de aquí a menos de cien años las temperaturas pueden subir 2 o 3 grado como poco y que ya hay una parte de cambio climático que resulta irreversible y más vale ir pensando en cómo vamos a capear el temporal de sequías, inundaciones, subida del nivel del mar, deshielo de los polos, y ese tipo de cosas. El cielo se nos cae encima.
Hace poco pusieron en la tele, un poco de tapadillo como es normal, una película de Win Wenders que no había visto (de hecho, aparte de Paris, Texas, poco más he visto de este hombre). Para mi, un director de difícil catalogación, unas películas para nada convencionales, unas imágenes, en todo caso, que se quedan grabadas en la retina y que al cabo de los días se repiten y se repiten, unas escenas sugerentes y enriquecedoras. En este mundo tan irreal y tan cercano que nos pinta Wenders, unos protagonistas se esfuerzan en una aventura personal laberíntica y sorprendente, cuyo fin no se presiente y, de fondo, nos vamos enterando que el mundo, otra vez, esta al borde del precipicio, esta vez por culpa de un satélite y algo de una explosión nuclear. Este anuncio es tan difuso y se le presta tan poca atención como a tantos miles de avisos que recibimos casi a diario, sin entender muy bien ni qué es lo que pasa ni por qué. Al cabo de un rato, los protagonistas descubren que esta vez sí que es verdad. De repente los aparatos eléctricos dejan de funcionar. Y todos sospechan que esta vez sí que es, que esta vez alguien fue demasiado lejos y apretó el botón. Con total naturalidad, se afronta el desastre anunciado.
Así estamos hoy, con 2500 científicos diciéndonos lo que ya sabemos desde hace más de veinte años, con políticos que firman tratados internacionales para luego no cumplirlos porque no son capaces (ni tienen ninguna gana) de poner orden en su propia casa. No se puede firmar un Tratado de Kioto para luego permitir un urbanismo y una especulación del suelo para cualquier municipio que tenga un cachito de tierra,que genera despilafarro energético (aparte de satisfacer antes a unos bebeficios privados que los beneficios de toda la comunidad, aparte de destruir el paisaje y convertir encinares y bosques mediterráneos en insulsas praderas donde algunos se puedan permitir jugar al golf....)
Ya lo dije antes, hoy, a pesar de haber conseguido el Transformer, el Lego y la Caravana de los Lunnis, estoy un poco catastrofista.

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