Hace tiempo leí una de esas historias de complemento que venían en los antiguos cómics de Vértice. Más que probablemente se trataría de uno de tantos magníficos guiones que se pergeñaron en la mítica EC, aunque entonces no se estilaba indicar el nombre de guiones, dibujantes ni compañías editoriales.
En aquella historia un científico, abrumado por la amenaza nuclear de los años 50/60 (la Guerra Fría en todo su esplendor), decide que lo mejor que puede hacer es largarse del tiempo que le ha tocado vivir.
Y así, armado con esta firme decisión y un par de alicates, unas válvulas de vacío, un par de bombillas y un trozo de cinta aislante, se monta en el sótano de su casa una preciosa máquina del tiempo, de tamaño individual. No había fronteras para la imaginación en aquel tiempo ( y sobraba también santa ingenuidad, a qué negarlo). Bueno, pues el buen hombre va saltando de época en época, buscando el anhelado descanso y la paz definitiva. Lo malo es que a la primera de cambio se mete de sopetón en la Primera Guerra Mundial y sale por patas. Vuelve a sumergirse en el Tiempo y resulta que se va justo a lo más álgido de la Revolución Francesa, lo confunden con un aristócrata y vuelve a salir por piernas. Se zambulle en la bucólica Edad Media y de nuevo vuelve a salir escopetado porque ha tenido que caer justo en los peores años de la Peste Negra... y así sucesivamente. Al final acaba comprendiendo que cada época tiene sus retos, sus miedos, sus desastres y sus hecatombes particulares, y que lo único que puede hacer es enfrentarse a su propio momento histórico y dejarse de bricolajes espacio-temporales.
Parece que llevamos impreso en los genes el milenarismo más sombrío y, cada cierto tiempo, renacen las incertidumbres y las profecías apocalípticas.
Desde los años cincuenta hasta los ochenta, el miedo se llamaba Guerra Nuclear. Como en toda buena profecía apocalíptica que se precie, debe existir una esperanza de salvación. Si en otros tiempos estaba claro que tocaba la segunda venida de Jesucristo y el Juicio Final, en los 80 fueron los extraterrestres. También ellos habían marcado a sus elegidos para llevárselos una vez comenzara el Armagedón Atómico.
Aunque lo mismo no, y resultaba que los pacíficos alienígenas se convertían en una temible Invasión Extraterrestre. Ya lo vaticinó H.G. Wells y lo emitió por radio Orson Wells mucho antes.
Pero no, tranquilos, que acabó la Guerra Fría y no nos pasó nada. Ni Invierno Nuclear ni Amenazas del Espacio Exterior.
También superamos el límite del abismo del mítico 1984.
Desde mediados de siglo se pensaba que el año 2000 supondría un cambio radical en el mundo. Esa era la frontera del Futuro. Aparte del cambio de pesetas a euros, la verdad es que poco más ha cambiado nuestra vida cotidiana desde entonces. Ni siquiera el “efecto 2000 ” afectó al funcionamiento de los ordenadores como se había supuesto.
La verdad es que llegamos al 2001 ya con una cierta nota de esceptismo que ni Stanley Kubrick podía salvar.
Seguimos estando aquí.
Poco a poco, se han ido cumpliendo los plazos que nos marcaban, o decían que nos marcaban, las profecías de Nostradamus, los secretos mejor guardados de las Cartas de la Virgen de Fátima y cualquier otra leyenda más o menos manipulada.
Y el Fin del Mundo, nada, que no acaba de llegar.
Pero la imaginación humana no conoce límites cuando se trata de profecías milenaristas.
Ahora, lo que está de moda es el calendario maya , la llegada del Quinto Sol y, logicamente, el Apocalipsis que se han fijado para el año 2012. Concretamente, para el sábado 23 de diciembre del 2012. Nos quedan, según eso, cuatro años y medio para seguir pagando las hipotecas de la casa y el préstamo del coche. En ese año (bueno, ya un poco antes parece que nos iremos enterando), el Sol emitirá una llamarada que si no nos fríe a todos sí lo que hará será ponerlo todo patas arriba, de manera que no quedará títere con cabeza. Si no, lo mismo se produce una inversión del eje terrestre, así, de buenas a primeras.
Si todavía queda algo en pie, pues nada, para eso tenemos al fantástico planeta Hercólubus (también llamado Ajenjo, Planeta X, Décimo Planeta, Planeta Nibiru...muchos nombres para un planeta que ni los astrónomos conocen) el planeta viajero del Sistema Solar que cada 35.000 años viene a hacernos una visita y ya toca. Y si el Sol sigue más o menos como siempre, si el eje de rotación terrestre sigue más o menos por el mismo sitio, si Hercólubus tiene otra cita y si todo esto falla, no importa:
Ya hay profetas del Desastre Universal más moderados que han estudiado las investigaciones oscuras del mismísimo Isaac Newton y aseguran que el Fin del Mundo nos espera, seguro, segurísimo, sin duda ninguna, allá por el 2060.
Para entonces creo que sí que habré terminado de pagar la hipoteca de la casa, si no yo, espero que alguno de mis hijos. No me gustaría dejar cuentas pendientes.
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